Casi diez años después de los atentados del 11 de septiembre, la última batalla entre Oriente
y Occidente se sigue librando en la Zona Cero, un capítulo más de la lucha entre diferentes
modos de ver la vida y entender el mundo.
Con el voto en contra de preservar el edificio 45-47 de Park Place como lugar histórico, el
Comité de Conservación del Patrimonio Municipal gastaba el último cartucho que le quedaba
a los opositores de construir un centro islámico a unos metros del antiguo sitio del World Trade
Center.
Junto a las todavía ruinas de los atentados, la religión musulmana podría tener un centro de
culto. Y la Ciudad de Nueva York, fundada en la tolerancia y la libertad religiosa, ni puede ni
debe impedirlo.
Al otro lado del Atlántico, Europa se enfrenta a un dilema similar. Sin guerras, mediante una
pacífica migración, la población musulmana va aumentando, y ciudades, estados y países
optan por prohibir vestimentas, tradiciones y centros de culto ajenos a la cultura dominante.
Sobre todo durante el último siglo, y basándose en cimientos judeo-cristianos, la denominada
sociedad occidental ha desarrollado democracias representativas que tienden a fomentar el
respeto a los derechos de mujeres y minorías. Ahora teme que por las grietas de ese modelo
se cuelen principios intransigentes ya superados
Las facciones más retrógradas y oscurantistas parecen hoy dominar el mundo islámico,
si bien durante un tiempo, hace siglos, en lugares como la Península Ibérica, la religión
musulmana fue sinónimo de progreso, tolerancia y desarrollo cultural. Irónicamente, la
Reconquista cristiana puso freno a todo esto, y reconvirtió mezquitas en iglesias y catedrales.
Desde aquí, la posible mezquita de Park Place será vista como símbolo de tolerancia y
apertura. Me pregunto qué simbolizará para los musulmanes en Damasco, Teherán o
Islamabad, y si deberíamos preocuparnos por ello, o simplemente reafirmarnos en nuestros
principios.
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