Con su débil oratoria, pobre carisma y discutible desempeño, José Luis Rodríguez Zapatero lleva meses siendo blanco de ataques públicos y privados de sus colegas europeos. Aún así, el presidente del gobieno español daba saltos de alegría este lunes gracias a un respiro proporcionado por 23 jóvenes futbolistas.
Son cosas del fútbol. Por primera vez en la historia España ganaba la Copa Mundial, y millones de españoles salían a la calle a celebrarlo olvidando por unos días la grave crisis económica que mantiene a un 20 por ciento de la población activa desempleada.
Quizá la imagen más impactante de la final, la más simbólica, no fue la del gol de Andrés Iniesta ni la del paradón de Iker Casillas, sino la del jugador holandés Nigel De Jong estampándole la bota en el pecho a Xabi Alonso. Así se ha sentido España durante los últimos meses, con sus vecinos norte-europeos desplegando juego sucio de dudosos fines políticos y económicos.
No es que el gobierno español esté libre de culpa por la grave situación que vive el país. El milagro económico de los últimos quince años se basó casi exclusivamente en un mercado inmobiliario que se desmoronó con la crisis financiera mundial. Sin embargo, ya nadie duda que los vecinos del Norte –sobre todo alemanes y británicos- han avivado las llamas de este fuego con interesadas campañas informativas.
Los mercados internacionales han perdido la confianza en España por los vaticinios de periódicos como el Financial Times, que forzaron un inmediato rescate de la economía griega vaticinando, si no se hacía, un inminente colapso de la española. Poco después supimos que los bancos alemanes no sólo tenían importantes intereses en Grecia, sino que además se habían dedicado a apostar, con dudosos instrumentos financieros, contra la economía española.
Esperemos que esta victoria futbolística sirva para curar la dañada autoestima nacional; que el hito de La Roja se convierta en cimiento sobre el que construir un nuevo modelo económico que haga olvidar aquel milagro efímero del ladrillo.
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