Llevo semanas aguantando esta columna; pero ya no puedo más. Culpen al cardenal italiano Tarcisio Bertone, actual secretario de Estado del Vaticano.
“Muchos psicólogos”, dijo Bertone este lunes, “y muchos psiquiatras han demostrado que no hay relación entre celibato y pedofilia; pero muchos otros han demostrado, me han dicho, que hay relación entre homosexualidad y pedofilia”.
Con esta rotunda, y falsa, afirmación, el cardenal le escupía a toda una comunidad, la homosexual, perpetuando la opresión de un colectivo que, a pesar de sus recientes victorias sociales en un puñado de países, continúa sufriendo la discriminación, e incluso la muerte, en buena parte del mundo.
No parece importarle a Bertone que en Uganda exista un proyecto de ley que condene la homosexualidad con la pena de muerte; o que en Puerto Rico aún esté reciente el asesinato de un joven gay; o que en 2008, en las calles de Nueva York, un inmigrante muriera a palos mientras escuchaba insultos racistas y homófobos. Deduzco que su prioridad continúa siendo el “bien de la Iglesia Universal”, defensa que esgrimió para retrasar el castigo a un cura pederasta de California Benedicto XVI en los ochenta, cuando dirigía la Congregación de la Doctrina de la Fe, heredera de la Inquisición.
Me gustaría saber quiénes son esos especialistas que justifican el argumento que Bertone utiliza para desviar la atención. Difícil, ya que hoy nadie duda que la Iglesia Católica albergó a centenares de depredadores sexuales, de toda orientación, que actuaron siempre bajo la mirada de una jerarquía reacia a proteger a los más débiles.
La estrategia vaticana no nos debe sorprender, ya que esta institución ha impuesto su hegemonía durante siglos valiéndose, directa o indirectamente, de la intimidación, la persecución y el terror.
La Iglesia Católica de hoy no es la misma de los libros de historia, me decían de pequeño. Me engañaron, como hoy vuelve a intentarlo Bertone.
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