Entrevista de 23 de octubre de 2009
Nada más mirar los huevos con bacon y papas de Sylvia’s ya sé que me van a producir indigestión. La grasa brilla en el crujiente y retorcido tocino, los huevos fritos desprenden aceite del malo. Ni toco la montaña compacta de papas. El brunch del legendario restaurante de Harlem ya no es más que pura fritanga.
En uno de los saloncitos, junto a la barra, el Reverendo Al Sharpton acaba de dirigirse brevemente a la prensa, rodeado de un grupo de políticos demócratas afroamericanos y latinos. También ha venido el contralor municipal John Liu. Mientras esperábamos afuera, junto a la puerta corrediza del salón, un colega ha bromeado señalando el parecido del entorno a una funeraria. Parece que le han oído, porque cuando finalmente nos han dejado entrar, se han apretujado todos ante las cámaras, sobrios, serios, efigies adosadas a las oscuras paredes, como si velaran el cadáver político de uno de los suyos, David Paterson. “La gente no debería ponerse a bailar en las tumbas de otros”, dice luego el asambleísta Keith Wright. Y es que hace unas horas ha pasado lo que ha pasado: el gobernador ha cedido a las presiones y ha abandonado su campaña para conseguir un mandato completo.
A la salida del restaurante, ninguno quiere admitir la sensación de alivio. Son cómplices de la caída de Paterson. Temían salir perjudicados si éste lideraba la papeleta electoral demócrata. Lo que parecen ignorar, por el momento, es que el remedio podría ser peor que la enfermedad. Por mucho que repitan como papagayos que van a colaborar con él durante los trescientos y pico días que le restan en el cargo, la renuncia es inmediata.
No se dan cuenta que el destino del primer gobernador afroamericano del Estado de Nueva York va irremediablemente ligado al suyo. Al día siguiente The New York Times escribe no sólo un panegírico del vice-gobernador Richard Ravitch, sino también el obituario político de la generación que creció a la sombra de Dinkins, Sutton, Paterson padre y Rangel (quien entra y sale de la reunión del sábado sin hacer declaraciones a la prensa, sabiendo que su propia cabeza está a punto de ser cortada en el Capitolio de Washington).
A costa de Paterson se han dado hoy un banquete. No saben todavía la indigestión que les espera.
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