De pequeño me enseñaron que uno no se gasta lo que no tiene. Ahora de mayor no paso apuros, aunque sé que nunca me haré rico. Para eso, dicen, tendría que arriesgar, pedir prestado e invertir. No sería una buena decisión, sabiendo que yo pierdo hasta jugando al Monopoly.
Mejores dotes le deseo al presidente, que presentó un presupuesto preliminar para el próximo año fiscal que bate todo los récords de deuda y que podría condenar a este país a la ruina. O no.
No pretendo quitarle el puesto a mi colega Xavier Serbia, que de finanzas sabe algo más que yo, pero según opinan economistas respetados la única manera de salir del hoyo es seguir jugando a la ruleta con dinero prestado. Y no en pequeñas cantidades.
La cifra del gasto marea, y lleva adosados tantos ceros que les confieso no saber leerla. Si nadie quiere contratar, invertir o arriesgar, dicen los expertos, al gobierno parece no quedarle otra que gastar lo que no tiene.
La práctica no se la inventó Obama. George W. Bush no sólo rompió la alcancía estadounidense, sino que comenzó a importarlas de China, cada vez más grandes, para financiar dudosas políticas que desembocaron en la mayor crisis económica y fiscal de los últimos tiempos. El déficit se volvió apabullante.
Todo esto, según le recordaba Obama a los republicanos durante su discurso del Estado de la Nación, “resultado de no pagar por dos guerras, dos recortes de impuestos y un caro programa de medicinas recetadas”.
Un año después de perder la Casa Blanca, los republicanos acusan al presidente de irresponsabilidad fiscal. Quieren que rebaje los impuestos y que equilibre el presupuesto; “voy a tener que echarle un vistazo a sus matemáticas”, les respondía Obama en una genial sesión de preguntas y respuestas el pasado viernes, inédita a este lado del Atlántico, y más propia del Parlamento Británico.
Y mientras tanto, los miembros de su propio partido salen corriendo, temerosos de perder una mayoría en Washington que nunca aprovecharon. Dejan sólo al presidente ante la mesa de apuestas. Esperemos que salga su número porque se está jugando nuestro dinero, y el de nuestros hijos y nietos.
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