Audacia bajo control


Me entero ahora que mientras me congelaba en las gradas del Capitolio el pasado 20 de enero, junto a cientos de reporteros y camarógrafos de todo el mundo, Barack Obama bajaba las escalinatas para prestar su juramento presidencial temeroso de perder la vida en ese mismo momento, conocedor de una supuesta trama terrorista dispuesta a destrozar su ceremonia de investidura.

Un año más tarde, parece que esa valentía le duró bien poco al autor de “La audacia de la esperanza”.

Si durante la década pasada aprendí a quitarme los zapatos y beberme la botella de agua antes de pasar el control previo al embarque en un avión, ésta comienza con cacheos íntimos –sufrí uno el otro día en el aeropuerto de Lisboa, y no es nada agradable- y escáneres más que reveladores.

La Casa Blanca no habrá aún re-adoptado la expresión “Guerra contra el Terror”, pero sus últimos dictados responden a la misma estrategia del miedo que dominó toda la era Bush.

Como su predecesor, Obama ya publicó su propia lista de países malos. Los habitantes de catorce naciones –entre ellas, Cuba- tendrán que sufrir las consecuencias del último fallido intento de hacer estallar un avión en pleno vuelo, y serán revisados de manera exhaustiva si quieren viajar a Estados Unidos.

Yemen se lleva la peor parte: hasta hace unos días, pocos podían encontrar este país en el mapa. Dicen que allí recibió su entrenamiento el terrorista nigeriano Abdulmutallab, y que se ha convertido en la nueva sede de Al-Qaeda. Parece que suenan tambores de guerra como los previos a las invasiones de Afganistán e Iraq.

Espero que no. Es lo que le pido a los Reyes Magos, aunque me dicen que no existen.

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