Te pasas tu infancia escuchando y leyendo sobre la solemnidad de las instituciones, baluartes de la democracia y la convivencia. Luego uno entra en el Senado de Albany, y se acuerda de cuando iba a la escuela.
Los senadores en sus escritorios se asemejan a rebeldes alumnos en sus pupitres. Contra su voluntad han tenido que entrar al salón de clases una vez más esta semana. Fingen trabajar, porque se niegan a hacer los deberes impuestos por el director de la escuela, Paterson.
Me cuelo por una de las puertas, y me sitúo al fondo de la clase, junto a la salida, justo detrás de Espada y Monserrate. Observo el lenguaje corporal entre ellos, que deja claro que son íntimos amigos y colaboradores. Cuchichean, bromean, y quién sabe, quizá maquinan nueva rebelión. Que nadie se atreva a meterse con estos dos en el patio de recreo.
Una señora bien vestida, con historiado pañuelo al hombro, parece presidir la sesión de pie desde el estrado: Stewart-Cousins, a golpe de mazo, va dando la palabra. Se debate una ley sobre hipotecas, pero pocos prestan atención. El silencio absoluto es algo inalcanzable.
Algunos entran y salen en mitad de la clase, como si fueran al baño. Remolonean en el pasillo, juegan con la blackberry o hablan por teléfono. Por ahí va Sampson, con bluetooth pegado a la oreja.
Díaz se levanta y se acerca sonriente a Espada y Monserrate. Les enseña un papelito, dibujo de la supuesta futura matrícula de autos neyorquina adornada con las palabras FIASCO. Se ríen de Paterson, que tuvo que echar marcha atrás con su plan de generar ingresos con la implantación de nuevas placas.
Al director Paterson no le sale nada a derechas y teme perder el puesto. Castiga sin vacaciones a los senadores, y éstos le pierden el respeto.
Y mientras escribo, veo pasar una excursión de niños de primaria visitando la Legislatura. Qué les estarán enseñando…
Leave a Reply