Me van a disculpar que les reconozca, nada más empezar esta columna, que no tengo la menor idea de quién es el finlandés Martti Ahtisaari. Y apuesto a que pocos de ustedes escucharon antes su nombre. Para que vean lo que en realidad importa el Premio Nobel de la Paz. Ahtisaari se lo llevó el año pasado.
Parece que los miembros del comité noruego que entrega el galardón quisieron en este 2009 recuperar el espíritu polémico que ha acompañado en muchas ocasiones al Nobel de la Paz. El presidente Barack Obama era una apuesta segura para conseguir el necesario impacto mediático.
No se equivocaron.
Pocos opinan que Obama haya dejado hasta el momento una profunda huella en la lucha por la paz, con menos de un año en la Casa Blanca. Irónica medalla, además, al coincidir con el debate sobre si aumentar o no el número de tropas en Afganistán.
Pero no olvidemos que el plazo de candidaturas a este premio cerró el 1 de febrero. Por tanto, no es Barack Obama el presidente sobre el que recae el galardón, sino más bien Barack Obama el candidato, un joven senador de nombre raro y padre africano que sorprendió al mundo hace casi un año al convertirse en el líder de la nación más poderosa del mundo, rompiendo barreras culturales y raciales, no sólo dominantes a este lado del Atlántico.
Desde entonces, el internacionalmente popular Obama se ha convertido en el líder que todo presidente y jefe de estado quiere ser. Y los de Oslo no quieren quedarse atrás, y este 10 de diciembre ellos también, como ya lo hicieron tantos otros, se harán la tan codiciada foto con Obama.
Todo un premio.
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