El tren de la imparable inevitabilidad electoral se detendrá este martes en una estación de East Harlem. En el Museo de El Barrio, el hombre más rico de Nueva York se dispone a debatir.
Por primera vez en esta contienda por la Alcaldía su desconocido contrincante tendrá la oportunidad de jugar en igualdad de condiciones, habiendo sido hasta el momento ahogado por una multimillonaria campaña de múltiples asesores, respaldos de renombre y un sinfín de comerciales.
Uno de los últimos califica de fracaso a Bill Thompson, a través de los labios de una supuesta neoyorquina.
“Es una distorsión”, responde el actual contralor municipal de esta táctica de ataque propia en cualquier competición del que se cree rezagado y no líder.
Michael Bloomberg no quiere dejar ningún cabo suelto e intenta movilizar a un electorado que hasta el momento parece haberle perdonado la maniobra que un día calificó de “vergonzosa”: la extensión del límite de mandatos que, contrario a lo prometido, redujo significativamente el número de opciones a la Alcaldía.
Thompson sabe que ésa es su principal arma contra un alcalde que disfruta de un alto índice de popularidad, ya que “si sigue hablando de educación”, me dice alguien que entiende de esto, “va a perder”.
Al candidato demócrata le quedan cuatro semanas para justificar una elección que los medios llevan meses dando por innecesaria.
No todo está perdido. La Historia está llena de candidatos inevitables que nunca llegaron a su destino. Y si no que le pregunten a Hillary Clinton, quien hace dos años, por estas fechas, era la clara sucesora de George W Bush.
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